La (Mi) casa, otra vez

A mi vida en familia,

A las casas que me hicieron sentir el mundo como un lugar habitable y lleno de sentido.

A mi padre, que me enseñó a crear, a creer, y a querer ser Escultora.

 

 

La (Mi) casa, otra vez

La memoria no es una copia fiel (no es un facsímil), sino una forma quebrada de estar en el presente. Estas esculturas se construyen sobre ese filo: el de los objetos domésticos como testigos silenciosos, el de los gestos cotidianos que persisten, el de los cortes que no destruyen, sino que dibujan una forma nueva.

Los cuchillos, las cucharillas, la loza blanquísima: fragmentos de una casa que tal vez ya no existe, pero que aún se habita en el recuerdo. En El porvenir de la nostalgia, Svetlana Boym distingue entre dos tipos de nostalgia: la “restaurativa”, que intenta reconstruir lo perdido con fidelidad, y la “reflexiva”, que acepta las grietas y habita la pérdida. Estas piezas caminan junto a la segunda. No buscan devolvernos una casa intacta, sino evocar, desde la fractura, desde lo mínimo, un espacio íntimo cargado de tiempo.

 

Si, como escribió Gastón Bachelard, la casa es una topografía del alma, un lugar donde los recuerdos se sedimentan en lo pequeño: una esquina, una cuchara, un plato…  esta exposición habita ese rincón. Aquí, el cuchillo —más que herir— organiza, da forma, traza. Sirve para pelar una fruta, pero también para recordar con precisión. El filo, como el recuerdo, separa para revelar.

 

 

 

 

 

“Conexión y Conflicto”. Loza. 33x35x4 cm. 2024

 

Hay cuchillos que se repiten, que se ordenan sobre una línea, se amontonan, se rompen y se cosen con líneas de grafito que semejan costuras o cicatrices. En ellos aparece la herida, no como falta, sino como posibilidad de significado. Didi-Huberman nos recuerda que “para ver hay que aceptar que algo se rompe”. Estas piezas no ocultan sus roturas: las hacen visibles, las convierten en lenguaje, en el lugar donde la mirada encuentra una verdad distinta.

“Casi Enrera”. Pizarra, Loza. 25x15x2,5 cm. 2024.

“Nueva Posibilidad”. Madera de mango. Loza. 25×38 cm. 2024

 

 

“La Pera Tiene Poco Potasio”. Loza. ø 18 cm. 2024

Algunos platos conservan peladuras de fruta, el gesto detenido de un corte íntimo, doméstico, familiar. El cuchillo que ha desvelado su misterio permanece (espera) en el plato. Las cucharillas pequeñas, los colores suaves, las cajas contenidas condensan la sobremesa como un tiempo suspendido. Todo habla en voz baja, como lo hacen los recuerdos: con persistencia, sin imponer.

“La Calabaza de Gemma”. Loza. ø 18 cm. 2024

Los objetos —cuchillos, cucharillas, platos, fragmentos de loza blanca— han dejado de ser utensilios para volverse signos. En ese tránsito, como señalaba Jean Baudrillard, lo que define a un objeto ya no es su función, sino su capacidad de condensar relaciones, deseos, memorias. Desprendidos de su uso cotidiano, estos elementos revelan otra cosa: su potencial evocador, su densidad simbólica.

Han dejado de ser herramientas para volverse lenguaje. No intentan representar una casa real, sino activar su eco. No reconstruyen, evocan. Y en esa evocación, reconfiguran también el sentido. Ahora funcionan como vehículos de memoria, afecto, reflexión. Lo que persiste no es la forma intacta, sino su transformación.

“Culleretes”. Loza. 18x26x4cm. 2024

 

Y esa misma lógica aparece en los dibujos gofrados, (como bajorrelieves modelados en arcilla), sobre papel hecho a mano, donde los cuchillos no se imponen, sino que emergen del vacío, del relieve, como una memoria impresa recogiendo ese mismo impulso: el de la huella y el vacío, el relieve apenas visible de cuchillos y cuchillas que no cortan, pero insisten. Son positivos y negativos de una memoria que ya no se fija en la nitidez, sino en la resonancia, en ese deslizarse del grafito sobre una superficie que intuye un volumen por debajo.

“Algo por debajo”. Papel hecho a mano. Grafito. 29,5x21cm. 2024

Volver, aunque sea otra cosa

No regresamos a la casa familiar, sino que volvemos, en un giro, a sus huellas. Y en ese retorno, encontramos que el filo del cuchillo no borra el pasado, sino que lo redefine, lo transforma. Lo que aquí se presenta no es la repetición de lo mismo, sino la recomposición de lo que una vez fue, una forma de darle nuevo sentido a lo que parecía perdido.

Volver, en esta muestra, no es regresar al punto de partida. Es dejarse tocar por los restos, por el murmullo de una sobremesa, por el filo que transforma sin dañar. Es aceptar que el recuerdo no reproduce, sino que reordena; no imita, sino que sugiere.

Volver, aunque sea otra cosa, es aceptar que los fragmentos, las grietas y las huellas pueden recomponer el sentido de las cosas. Es comprender que la memoria, como la herramienta, no se limita a conservar, sino que tiene la capacidad de transformar y de generar nuevas formas de entender lo que hemos vivido.

Volver, aunque sea otra cosa, es abrazar la posibilidad de la transformación. De dejarse tocar por los restos y encontrar en ellos una nueva forma de habitar el pasado, sin perder la capacidad de mirar hacia el futuro.

Y en todo esto, permanece el legado de mi padre, cuyas manos expertas y su sabiduría para prescindir de lo superfluo me enseñaron a mirar, a cortar y a transformar. Su lección fue más allá de las herramientas: me mostró la capacidad de reconfigurar el sentido de las cosas. Ese conocimiento, que habita en cada fragmento, en cada trazo y en cada reconstrucción, sigue presente en cada pieza.